La primera consiste literalmente en sumergir completamente el huevo en agua.
La cascara del huevo es porosa y con el paso de los días va absorbiendo aire. En función de la cantidad de aire que se le va acumulando entre la membrana y la cascara, el huevo se va haciendo más viejo y favorece la flotación.
Si vemos que flota campletamente no es apto para el consumo y debemos desecharlo.
La segunda consiste en romper la cascara y comprobar como desparrama la clara o la posición de la yema. Cuanto más centrada esté, más fresco será.
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